Días pasados asistí en el Centro Cívico Francisco de Goya
a la proyección de una película sobre mujeres con problemas y pensé que
podíamos tener una conversación con vosotros, hombres, sobre ese asunto que
tanto nos preocupa de la igualdad entre hombres y mujeres.
Algunos pensáis que ya son iguales, que las leyes amparan
sus derechos, que son mayoría en las universidades, que trabajan en todos los
sectores productivos sin distinciones, que las nuevas generaciones de hombres
colaboran en las tareas familiares, que…¿ qué más quieren?
Otros seguís pensando que iguales, iguales… no podemos
ser porque ellas son más débiles, más superficiales y que ellas tienen unos
intereses diferentes a los hombres y por tanto es normal que ellas se dediquen
a unas cosas que les son más próximas y que nosotros atendamos a otros aspectos
de la vida laboral y familiar como ha sido siempre.
Incluso hay otros, por suerte cada vez menos, que opinan
que el hombre es superior a la mujer y que ésta debe estar sometida al hombre y
seguir sus directrices y si no lo hace pues que se atenga a las consecuencias.
¡Cuántas burradas oímos cada día y cuántas barbaridades
se siguen haciendo en el mundo!
Estoy de acuerdo en que se están consiguiendo altos grados de igualdad en todos los ámbitos. Pero no olvides, querido amigo, que todo eso se lo están currando ellas desde hace unos años. Todos esos avances legales y efectivos son el resultado de mucha pelea, de mucha unión entre ellas, de demostrar cada día que son capaces de hacer cualquier cosa que se propongan, de aceptar críticas y desprecios de compañeros de trabajo o de vecindad, de pasar por el aro de cobrar menos por igual trabajo, por atender casa y trabajo sin ayuda de nadie, en fin, de mucha paciencia y sacrificio. ¿O no es así?
Estoy de acuerdo en que se están consiguiendo altos grados de igualdad en todos los ámbitos. Pero no olvides, querido amigo, que todo eso se lo están currando ellas desde hace unos años. Todos esos avances legales y efectivos son el resultado de mucha pelea, de mucha unión entre ellas, de demostrar cada día que son capaces de hacer cualquier cosa que se propongan, de aceptar críticas y desprecios de compañeros de trabajo o de vecindad, de pasar por el aro de cobrar menos por igual trabajo, por atender casa y trabajo sin ayuda de nadie, en fin, de mucha paciencia y sacrificio. ¿O no es así?
También comparto la idea de que hay nuevas generaciones
de hombres que colaboran con ellas en casa, que las aceptan como compañeras de
trabajo y de ocio sin remilgos ni oposición. Eso es bueno y por ahí hay que
seguir.
Porque, en definitiva, ¿qué pretende la mujer de hoy? Ni
más ni menos que lo mismo que buscamos los hombres desde siempre.
Que se reconozca su aportación a la sociedad, que se acepte su forma de ser y
de expresarse como algo normal y necesario para la convivencia, que se les
pague y se les valore por lo que aportan, que se les permita estar donde ellas
quieran estar en las mismas condiciones que los hombres, que dejen de ser
objetos decorativos, cuando no estorbos o juguetes, en la sociedad, que se las
respete como personas sin las pantomimas de deferencias hipócritas. ¿Es mucho
pedir? ¿No es eso lo que deseamos los hombres?
Ya está bien, amigos. No podemos ni debemos seguir
exigiendo la categoría de macho dominante porque damos las coces más fuertes.
No pasa nada porque una mujer esté al
frente de un trabajo si está preparada para ello. No se nos caerán los anillos
porque barramos o freguemos en casa. No nos irá nada mal si las mejores
alcanzan puestos de gobierno y administración pública.
Las necesitamos como compañeras, amigas, colaboradoras,
confidentes, jefas, esposas con quienes compartir penas y alegrías, madres en
quienes recostar nuestros cuerpos dolidos y nuestras almas sedientas, hijas a
quienes confiar nuestros logros y conquistas, hermanas con las que podamos competir
para superarnos a nosotros mismos.
Animo a todos los hombres de buena voluntad a reflexionar
sobre algo tan elemental como que las mujeres y los hombres, aunque diferentes,
somos iguales, igualitos y necesarios para construir el mundo. Ellas aportan
sus valores que no son inferiores a los
nuestros.
Y si hay que empezar por no matarlas porque tienen otras
opiniones, empecemos por ahí. Con generosidad, con entusiasmo, con valentía,
con caballerosidad.
La película se llamaba “Las mujeres normales también
tienen curvas”.